Vivir Seguros

Vivir Seguros es, a estas alturas, un imperativo, pero no es el de la seguridad el clima que se respira en los entornos asegurador y afianzador, a pesar de que, siendo extranjera la mayoría de las compañías de estos sectores, podría decirse que están avezadas  a la experiencia de operar en mercados con gobiernos de distintos colores y sabores.

En condiciones normales,  los criterios de las administraciones federales ya de por sí  pesan y provocan movimientos tensos y costosos; sin embargo, en esas circunstancias todavía quedan espacios para que, mediante el uso adecuado de los  derechos que establecen las leyes, se negocie, se acuerde, se concilie.

No obstante, estamos en una época en la que muchas personas, tanto profesionales del seguro y de la fianza  como partícipes de la autoridad especializada, obligan a leer “entre líneas”. Y esta práctica de interpretación de los mensajes emitidos es un  factor que, si bien está presente siempre en cualquier sociedad, hoy en día parece propiciado por la duda, el temor, la incertidumbre.

Aclaremos, en principio, que al referirnos al sentir en estos sectores estamos citando lo que expresan, o dejan de expresar, aquellos que corren el riesgo empresarial de ganar o de perder. Los pensamientos cambian conforme se vea de qué espíritu están imbuidos quienes comparten sus expresiones.

En la medida en que seguros y fianzas son negocios globales per se   —por el reaseguro primero, y por el origen de los capitales de las empresas  después—, son ámbitos en los que el empresariado debería tener cierta dosis de confianza debido a que existen legislaciones específicas… Pero  no es así.

Todo el mundo supone  que, al prevalecer un marco jurídico cuya afinación ha consumido mucho   tiempo (aunque se sigue afinando), tendría que haber mayor (estamos por decir absoluta) confianza;  pero no ocurre así, en especial porque no faltan legisladores y otras autoridades que pretenden desconocer bases incuestionables del seguro y de la fianza.

Con base en las disposiciones legales que hoy rigen, los empresarios, con el  concurso de múltiples especialistas, podrían sentarse a la mesa para debatir, para proponer, para resolver asuntos que se pusieran sobre el tablero,  pero ese juego ya no genera confianza, y no la genera en la medida en que podría no existir un contrapeso real.

Diríase que el hecho de que hoy exista en México un congreso avasallador  podría considerarse hasta benéfico cuando emergiera una idea que fuera necesario pasar por esas instancias;  mas ello no es algo que pueda creerse con facilidad en la coyuntura que nos tocó vivir, con la salvedades del caso, claro está, que tienen que ver más con la  cosa moral que con las leyes.

Habrá que ver cómo llegan los nuevos funcionarios encargados de entidades como, por citar dos ejemplos, la  Comisión Nacional de Seguros y Fianzas y la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros. Profesionales preparados, sin duda, que aun así deberán aprender los puntos finos de estos dos servicios financieros.

Es de esperar que no haya lugar para atender locuras, como en el caso de las afores, cuando, utilizando argumentos tontos, por decir lo menos, se quiere castigar  a los organismos quitándoles la administración de recursos que son de los trabajadores y que están en mejores manos que en las de los políticos.

Habrá que conocer, en todos los sentidos, “qué armas portan” los nuevos encargados y qué ideas podrían poner en acción. El sector de los seguros es  un terreno en el también hay que andar con pies de plomo, puesto que las reservas tampoco son propiedad de las compañías: se utilizan simplemente para cubrir las obligaciones asumidas por éstas, aunque con esos recursos se ubican como el tercer inversionista institucional por su  relevancia en el país.

Éstos son,  aceptémoslo, apenas unos apuntes, pero lo que pretendemos   señalar es que, si en condiciones “normales” los diálogos subidos de tono nunca faltaron  (aun cuando había instancias para el desahogo y el avance), lo primero que habrá que observar en el nuevo entorno político es si habrá cabida para la contemporización, para el acercamiento, para la transigencia.

El método de las “consultas para todo” está lejos de tener cabida en ámbitos determinados y estrictamente sujetos a leyes específicas, concretas. Habrá que esperar a que las agitadas aguas   de la desconfianza recobren su calma y desear que no se generen olas que ahoguen las voces críticas. Habrá que esperar, en suma, que no prevalezca ese asfixiante ambiente en el que, por temor, lo usual sea hablar y leer entre líneas.

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