¿CRECIMIENTO O DESARROLLO?

Dos actuarios se comieron un pollo. Podríamos afirmar que, en promedio, cada actuario comió medio pollo, pero en realidad uno de ellos llegó primero y se zampó el pollo completo.

Viene al caso la anécdota por la reciente polémica sobre si se cierne o no una recesión, provocada por la 4T, sobre el sufrido pueblo mexicano.

Los números cuentan que en promedio cada mexicano tiene un ingreso anual de 10,000 dólares.   Al tipo de cambio interbancario de hoy, esos dólares anuales equivalen a casi 16,000 pesos mensuales por persona. ¿Se imaginan? Una familia de cuatro miembros tendría un ingreso mensual suficiente para pagar la renta de una casa o departamento de tres recámaras en una colonia de clase media, hacer el súper en   City Market, mandar a los hijos a escuela particular y salir de vacaciones una vez al año.

Sin embargo, como en el caso de los dos actuarios, unos pocos llegaron primero y acapararon la mayoría del ingreso…  A los demás les tocan las sobras.

Si se atiende a lo que expresa el  coeficiente de Gini, México es uno de los países con mayor desequilibrio del mundo. Los números cuentan que dos tercios de las familias mexicanas tienen un ingreso menor a los 16,000  pesos que en teoría deberían corresponder a cada uno de sus miembros. ¿Quién se llevó mi queso? Pues el otro tercio de mexicanos.

La conclusión es la misma de siempre: el capitalismo  es el mejor sistema cuando de producir se trata, pero genera desigualdades importantes. Existen algunas excepciones, como Noruega, país con un ingreso promedio de más de 70,000  dólares anuales por persona, distribuidos, aunque parezca increíble, de manera bastante uniforme. Entonces en ese país hablar de seguridad, respeto al medioambiente y civismo es fácil  cuando la panza está llena y el corazón contento.

Pensar en distribuir el ingreso de una   manera más equitativa en México no pasa por exabruptos como  “empecemos mañana, mueran los ricos y Slim, danos la parte que nos toca”; eso sería el desastre. El desarrollo  es hijo de la educación, de la ausencia de ratas institucionales que se dediquen a la “Estafa maestra” y de la condición forzosa de que todos coman y tengan acceso de manera discriminada (sí, discriminada) a las escuelas técnicas o superiores del país. 

Digo discriminada porque la universidad  para todos es una aberración: que  estudie para médico quien tenga talento, actitud y deseos de aprender pese al sacrificio. Y lo mismo  para actuarios, abogados, ingenieros y demás profesionales. Los demás pueden estudiar para plomeros, electricistas y otros oficios, que ya se pagan muy bien; también pueden ser empresarios, artistas, escritores u  organizadores de eventos. ¿Todos licenciados? Pues si no estamos en los años setenta.

Pakistán tiene un ingreso promedio menor a 6,000 dólares anuales por cabeza. Ah, bueno, puede decir cualquiera, en México ya le pegamos al doble dígito. ¡Pobres pakistaníes!  De acuerdo, pero la distribución del ingreso en el atrasado país musulmán es más pareja que en México. O sea que la mayoría vive mejor que acá…   

En el sector seguros  hemos escuchado durante muchos años la aspiración eterna: primas  equivalentes a más de 2 por ciento del PIB. Llegamos a la mágica cifra en los años de emisión de la póliza bianual de Pemex,  y nos volvemos a atrasar periódicamente. Existen muchas razones para justificar la pobre presencia del seguro entre los mexicanos, pero  la principal sin duda es la desigual distribución del ingreso.

¿Entonces necesitamos crecer o desarrollarnos?

Cada año, el número de mexicanos se incrementa en millón y medio, poco más de  1 por ciento de la población. Entonces el producto total del país debe crecer por lo menos en ese porcentaje para conservar sin cambio el ingreso promedio.

¿Cuál es entonces el propósito del crecimiento de la economía?    Hablamos del 2 por ciento como una cifra baja, y nos comparamos con  China o India, que exhiben porcentajes de avance superiores al 6 por ciento: son  el ejemplo a seguir.

¿Qué preferimos? ¿Crecer al 6  por ciento anual con el desequilibrio de distribución que tenemos? La foto saldría muy bien, y las campanas del milagro mexicano repicarían  en el mundo entero. Sin embargo, no habría más desarrollo, con una proporción mayoritaria de la población en condiciones de sobrevivencia. Además, el crecimiento nos obligaría a convertirnos en uno más de los grandes depredadores de recursos naturales, como Brasil, donde el  presidente Bolsonaro ha declarado la conservación del Amazonas como un objetivo secundario, cuando de crecer y progresar se trata.

El modelo de crecimiento a partir de 1988, cuando se contuvo la hiperinflación y se quitaron tres ceros al peso, consistió en favorecer el crecimiento de las grandes fortunas, pertenecientes   sólo a algunas familias mexicanas, para fortalecer la locomotora del crecimiento nacional, la cual remolcaría al resto de la población con una fuerza incomparable. ¿Resultados? Un decente 2.71 por ciento  de crecimiento anual en promedio durante los últimos 30 años, aunque en los últimos 10 bajó a 2.15 por ciento.       

O sea que el esquema funcionó, pero a la locomotora se le ha agotado el impulso gradualmente por obvias razones: el modelo de muchachos de arriba jalen fuerte no sirve como al principio porque esos grandes grupos, al alcanzar su madurez, no pueden seguir creciendo igual. 

La desaceleración no es tan mala, pues nos muestra una coyuntura que podemos aprovechar, toda     vez que los ricos, muy ricos, superricos pueden de pronto pensar en su responsabilidad social más fácil, cebados por las extraordinarias utilidades de los últimos tiempos. Ya pueden sacar del clóset el chal de la abuelita  que guardaron cuando se la comieron.

No hay alternativa, pues el círculo vicioso de mala distribución combinada con educación de mala calidad ya nos explotó en la cara: hoy  existe una mayoría de mexicanos, el voto duro de Morena, que pide la distribución inmediata de la riqueza vía regalos, asistencialismo, subsidios y canonjías. Por favor devuélvannos  lo que acumularon con el sudor de nuestra frente. 

Justo o no, y mientras nos dure la democracia, la mayoría manda. Fueron 18 años de llegada anunciada del ganso. Cansado o no, y con el apoyo de más de la mitad, las medidas pueden radicalizarse si no le encontramos la cuadratura al círculo.

Está claro que AMLO no es el presidente más listo que hemos tenido;  tampoco el más tonto. Y definitivamente no ha echado mano del dinero ajeno, como otros, lo cual nos dice algo bueno del líder de la Cuarta Transformación.  Lo malo es que nuestro presidente se la pasa comprando cuanto conflicto se le pone enfrente, excepción hecha de lo que tenga que ver con Trump, con lo cual tenemos una pista para contestar a la segunda pregunta.

¿Es tan difícil pensar en un objetivo de desarrollo con una restricción de crecimiento de por lo menos el porcentaje necesario para mantener en 10,000  dólares el ingreso promedio per cápita? Crecer por crecer ya no tiene caso, y pensar en distribuir la riqueza actual, la tenga quien la tenga, y destruir la capacidad productiva y la inversión  menos.

Que llegue otra vez la “República Amorosa”  por favor. AMLO puede cuando quiere, y hacer un pacto con las “fuerzas vivas”, llámense  empresarios o trabajadores, no suena descabellado. Menos necedad cuando el resto de los mexicanos le dicen que renuncie a la absurda refinería o al Tren Maya.  Mayor enfoque a la relación y menos intransigencia. Ya entendimos que sus intenciones, con todo y la pésima ejecución, son buenas.

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